4.6.08

Kiko ¡Veneno!

No pretendo que este blog se convierta en un remember, pero a colación de una conversación que tuve el otro día vuelvo a caer en ello. La cual versaba sobre cual era el primer concierto consciente al que había ido. Yo sé que durante mi infancia en Barcelona fui a una infinidad de los que montaba un locutor al que mi madre era aficionada (Justo Molinero, y su radio tele-taxi), de copleo la mayoría o variantes. Recuerdo haber estado allí pero ni un detalle de los mismos, sólo que regalaban cassettes y que mi hermana los ponía miles de veces, hasta que se aburría. Así he estado varios días hasta que he caído en uno, que si no el primero, es el primero del que recuerdo detalles, tan claros que me asustan.
Tal evento se celebraba en un cine de verano, era un concierto benéfico y la mayor atracción del mismo era la actuación de Martirio, que había eclosionado como icono de una época, la segunda mitad de los 80. Yo debería tener 6 o 7 años (quizá 8), y sólo conocía a la artista por su histrionismo, sus peinetas y esas características gafas negras (tengo grabado que al verla al acabar sin ataviaje alguno y esos maravillosos ojos verdes supe también por vez primera que todo en la vida era mentira). Pero salí de allí con otro descubrimiento (musical y vital) aún más importante.
En el cartel de ese concierto benéfico no sé si actuó algún otro grupo o artista más, pero uno me llamó la atención desde su impresión en los carteles: Kiko Veneno. Veneno, vaya nombre (aún me faltarían bastantes años para descubrir esto). ¿Quién sería? O más importante, ¿cómo sería? Cuando salió, delgadísimo, con una incipiente mecha blanca y unas enormes ganas de cachondeo me tuvo junto a un montón de críos (¿quiénes?) todo el concierto pegado al escenario. No recuerdo una sola de las canciones (cierto es que en esa época no pasaba por su mejor racha compositiva, esa que lo encumbró en los primeros noventa con Échate un cantecito), pero su guitarra y su ronca entonación me provocaron una fatal atracción, de esa que te dice que estás viendo algo grande, aunque no sepas lo que es. Esa que te dice que no es ese el momento más idóneo para disfrutarlo, pero que estás ante algo único, genuino, grande. Cuando acabó fui a los camerinos improvisados (la casa de los dueños del cine) y tras el episodio de los ojos de Martirio, al ver a Kiko le dí la mano; fuerte, como se la dan los hombres (eso decía mi abuelo), sabiendo que le estaba dando la mano a alguien de excepción.
Con los años descubrí el magno Veneno, los discos de Kiko en solitario, y le he vuelto a ver en directo unas 6 o 7 veces. Incluso le he visto un par de veces caminando por Sevilla, y no le he dicho nada. No era el momento. Ahora es momento de aplaudir.

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