Ha pasado una nueva edición del Territorios, dos largos días, cuatro escenarios, conversaciones cruzadas y muchas horas en el cuerpo. Entre su variada oferta el festival nos ha dejado, como siempre, algunos momentos notables, entre los que destaco el apabullante buen hacer de Tortoise, el contagioso y visceral blues de Guadalupe Plata (versión de Bambino incluida), la envidiable senectud de un mito como Iggy Pop y sus Stooges, o el estado de gracia de Pájaro y su excelsa banda, brindando una actuación memorable comandada por su elegante tratado de guitarras, rock teñido de guiños al swing, blues, western y pasión cofrade (esa corneta alzándose poderosa), con el espíritu de Silvio bien presente. Pero, si me lo permiten, hoy sólo voy a ahondar en la actuación del grupo que más ilusión me hacía del cartel: Los Enemigos.
La icónica raspa lucía enorme al fondo de un escenario que recibió con sinceros aplausos del respetable a Josele, Fino, Chema y Manolo, en esta 'revuelta' tras diez años de ausencia que se esperaba por estos lares con fulgente agitación. Lo más comentado con amigos los instantes posteriores a este concierto fue la increíble comunión nostálgica, el brutal choque de sentimientos compartidos, el revivir de profundas emociones. Y es que, personalmente, era imposible escuchar las primeras notas de cada tema sin retrotraerme a la post-adolescencia, a la casa de Francis, a Manolito conduciendo por carriles el R-5 de Jorge mientras gritábamos los cortes de 'La vida mata' que escupía el radiocassette, a los chupitos de 'druida' sin mesura, a mi caluroso piso del Tiro de Línea, a los esbozos de 'La carta que no...' en el local de NSP (sin llegar nunca a tocarla) y muchas más bofetadas en forma de recuerdos. Nostalgia y emoción, sí. Mucha. Pero también rendida admiración hacia una banda por la que parece no haber pasado los años, en plena forma, derrochando contundencia y briosa intensidad. Dónde a otros se le intuyen las costuras, ellos emergen con maestría y firmeza, activando una maquinaria engrasada que supura en cada rasgueo honestidad y verdad (esto último entendido como actitud a la hora de ofrecer un show a la altura del nivel de respeto que le profesan sus entregados fieles). El repertorio, dando por sentado que alguna 'favorita' se quedaría fuera, no pudo ser más celebrado; 'John Wayne', 'Brindis', 'Esta mañana he vuelto al barrio', 'Señora' (¡qué versión!), 'An-tonio', 'Dentro', 'Ná de ná', 'La otra orilla', 'Desde el jergón', 'Septiembre', '¿No amanece en Bouzas?', 'Yo, el rey', 'La cuenta atrás', 'Complejo' y otras tantas, conformando un set sublime que cantamos alzando la voz y con una delatora sonrisa en el rostro. Hora y media de actuación envuelta de entusiasmo colectivo que hizo que el tiempo pasara como un suspiro, un suspiro hondo y sentido, los que se dan de pura satisfacción ante las cosas que se aman, que se llevan dentro. Revuelta triunfal. Enorme gratitud.